Sobre el fotógrafo
A pesar de los años que llevo enganchado a la fotografía me sigue incomodando el llamarme fotógrafo. Me suena pretencioso. Quizás porque siempre haya visto a la fotografía, más como una expresión artística, una forma de literatura visual, que como una afición, un pasatiempo o un trabajo.
En resumen: Palabras mayores.
Pero, susceptibilidades aparte, lo cierto es que las imagenes que aquí se exponen, mejores o peores, son mías, y de su paternidad no puedo, ni quiero renegar, por lo que aquí quedan estas notas sobre el “fotógrafo”.
Mis primeros escarceos con la fotografía se remontan al año 74 y un viaje de estudios con una vieja cámara familiar a la que le entraba luz y de cuyos negativos apenas si pude salvar alguno. Sin duda fue el mejor comienzo para no haber continuado. Pero algo pasó.
Luego llegó mi primera cámara de fotos y la única realmente ecológica que he tenido, cuando eso de la ecología y la sostenibilidad ni se conocía. Era una Olympus Pen. Fotómetro incorporado, célula solar para autoalimentarse, (no precisaba pilas ni batería) y duplicaba el número de fotos de modo que con un carrete de 36 hacíamos 72.
¡De acuerdo! El negativo resultaba la mitad de tamaño, pero con la “disponibilidad” que tenía en aquellos años, tampoco había para grandes ampliaciones.
Con los años llegaron las réflex, las lentes, las focales… y toda una parafernalia con la que la industria y el marketing nos quiere «ilustrar» y donde el último modelo deja desfasado al precedente.
Indudablemente nada esto es la fotografía y tampoco quiero teorizar sobre ella.
En lo que a mí respecta, sé que la fotografía ha sido el medio a través del cual he recogido y plasmado las vivencias, sensaciones y proyectos que han ido ocupando mi vida a lo largo de estos años. Una especie de diario íntimo donde guardar desde lo más cotidiano y familiar hasta lo más exótico y extraordinario.
Traigo pues aquí estas hijas de mi visión sin mayor pretensión que la de compartir momentos y sensaciones vividas.
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